Reté a duelo a más de cien adversarios y sólo pude batirme una vez
Algunos dijeron y publicaron conceptos que no me gustaron. No habían podido entrar en el equipo y me censuraban injustamente. Antes de partir, reté en una carta pública a aquellos resentidos y declaré que a mi regreso me batiría con cada uno de ellos. Gané varios premios en el certamen y regresé dispuesto a realizar lo prometido. Otra vez los muchachos se rajaron. Todos me enviaron excusas y hasta felicitaciones por los triunfos. Y me quedé de nuevo con la espada en la mano
Por lo que fuera. Claro está, siempre tuve la razón. Sin razón no sería capaz de batirme con nadie. Mis victorias despertaron envidias en algunos semejantes, y hablaron mal de mí, quisieron hacerme daño. Yo contestaba con un reto
Cuando gané el campeonato olímpico, en el año 1900, contaba sólo 17 años, y a pesar de la franca y potente hostilidad de los jueces, que no sólo veían en mí a un extranjero, a un latinoamericano, a un intruso, sino a un muchacho que debía únicamente estar estudiando en liceo y no derrotando a ídolos consagrados