Me gustaban los trenes. Por cada cumpleaños, o para las vacaciones, mi padre me regalaba alguno nuevo que añadir a mi colección. Mi padre me amenazaba con llevarse mis trenes si seguía destrozándolos, y yo no los vería nunca más. Cuando mi madre le regaló a mi padre una cámara por el Día del Padre, empecé a usarla. Creo que tenía unos doce años y no podía soportar la idea de no volver a ver cómo chocaban mis trenes. La primera cosa que filmé fue un choque entre aquellos trenes eléctricos. Componía unos accidentes muy complicados en las vías y de forma intuitiva filmaba aquellos choques perfectos. Cuando vi la película, me quedé alucinado al ver que mis pequeños trenes parecían locomotoras de muchas toneladas. Aquello me encantó: ya no necesitaba provocar nuevos choques con mis trenes.