En mi carrera sí que hubo un momento crítico a principios de los noventa y necesitaba reorientarla. Toda mi vida había interpretado a pardillos, tipos simpáticos pero sin muchas luces. No paraba de trabajar, pero quería afrontar otros desafíos. Y apareció Philadelphia. Necesitaba personajes con los que tuviera una conexión espiritual. Sin eso todo resulta fingido, falso. Desde entonces, cuando me ofrecen algún papel que no me hace sentir eso, la respuesta es no.