La multitud obedece más a la necesidad que a la razón, y a los castigos más que al honor.
El sabio no dice todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice.
Dos excesos deben evitarse en la educación de la juventud; demasiada severidad, y demasiada dulzura.
Allí donde el mando es codiciado y disputado no puede haber buen gobierno ni reinará la concordia.
Los muertos son los únicos que ven el final de la guerra.
Es un principio indiscutible que para saber mandar bien, es preciso saber obedecer.
Hay que tener el valor de decir la verdad, sobre todo cuando se habla de la verdad.
Donde reina el amor, sobran las leyes.
No conviene hablar del pudor como de una virtud. Se parece más bien a una emoción que a una disposición adquirida. Se define, pues, como un miedo de dar de sí una mala opinión.
El infortunio pone a prueba a los amigos y descubre a los enemigos.